Domingo, 15 de Abril. Esta vez el embarque se produce a la hora debida, sin contratiempos. Estamos a punto de coincidir en la terminal de Barajas con el grupo que va a Västeras. Nos mantenemos en contacto constante con Virginia y Constantino, quien, a su vez, está pendiente de nosotros desde el mismo momento en que perdimos la conexión en Madrid, por si tuviera que hacer alguna gestión con la agencia.
El vuelo a Copenhague transcurre con normalidad, pero cuando llegamos al aeropuerto de Kastrup nos enfrentamos a lo que parece otra contrariedad: las maletas traen retraso. Esperamos y esperamos, hasta el punto de que Ulla, que está en la sala exterior, nos llama para ver por qué no salimos. Tras casi una hora de espera, aparece nuestro equipaje y salimos al exterior. Por fin, 5 meses y 47 e-mails después de nuestro primer contacto, conozco a Ulla en persona. Lo primero que me llama la atención de ella es su risa, extraordinariamente alegre. Quizá sea un efecto de lo accidentado del viaje, pero esa risa me infunde optimismo, y este mismo efecto benéfico me acompañará durante toda nuestra estancia en Suecia.
Son casi las cinco de la tarde. En el exterior nos esperan un sol espléndido y un microbús que nos llevará a Vaggeryd. Comenzamos un viaje de más de tres horas, a través del estrecho de Sund y de la campiña de Escania, con destino a las boscosas tierras de Smaland, donde nos esperan las familias que nos acogen. Ahora empieza verdaderamente nuestra expedición.
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