Al poco de montar en el autobús, atravesamos el estrecho de Sund por el gigantesco puente de Öresund: ocho kilómetros sobre el Báltico, hoy tranquilo y luminoso. A continuación, penetramos en Suecia y atravesamos la fértil llanura de Skäne (Escania en nuestra lengua), hecha de pastizales, cultivos y granjas dispersas, con una fisonomía muy similar a la de la campiña holandesa o danesa.
Tras mas de una hora de viaje, Ulla nos avisa de que vamos a entrar en la región de Smäland, donde se encuentra Vaggeryd. Ahora el paisaje cambia completamente: conforme nos movemos hacia el Norte, los cultivos van siendo sustituídos por bosques, lagos y casitas dispersas. Los abedules, con su bella corteza plateada, alternan con pinos y abetos de color verde oscuro, para dar lugar a un paisaje verdaderamente hermoso, que pronto será calificado por nuestros alumnos como "de cuento de hadas".
A eso de las 20.00 llegamos por fin a Vaggeryd, y la explosión de júbilo entre nuestro alumnado es la que corresponde al final de un viaje largo y accidentado. El pueblo está formado por un extenso mosaico de casas multicolores. ríos, lagunas, jardines, bosques, todo ello entremezclado de tal modo que es difícil encontrar en la memoria un paisaje que se le asemeje.
El microbus se detiene en una gran rotonda situada a unos metros de la entrada principal de Fénix (como aquí llaman a su instituto). Las familias de acogida van llegando y llevándose a su español. Nosotros conocemos por fin a Gilberto Hernández y a su mujer, Iljana.Poco después aparece IngMarie, mi amable hospedadora durante estos días, y con ella me voy. Hasta mañana.
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